Afortunadamente hay veces que gente se convierte en
persona y tiempo en mi vida, cuando
cualquiera de las posibilidades y caminos emprendidos llegan a la misma alma,
como si un fuerte lazo de acero nos conectase irremediablemente. Y una mañana de miercoles cualquiera, me sale escribir esto, que es para ti.
Agosto se ha congelado. Eres afortunado. Coge el jersey de
punto gris, ese que tanto me gusta ponerme y vuelve a impregnar el olor en el. Me lo
he puesto demasiado, lo he ensanchado y casi estropeado, deshilachado, como un
trapo sucio en la esquina de mi cuarto tirado. El jersey, digo.
Y es que agosto se ha congelado. ¿Dónde está nuestro verano,
los meses de deshielo? Vamos a quitarnos el bigote de señor mayor, suelta el maletín
hecho con piel de elefante elegante y lleno de responsabilidades. Combatamos el agosto congelado a cañonazos de
palomitas de colores! Y no vale ser cascarón de huevo. No esta vez. No en este
juego.
En pleno Agosto esquimal. Extraños mirando al cielo y preguntándose
si hoy saldrá el Sol. Y Tú ¿por qué no estás hibernando? Tiras de mí para que
salga de mi caparazón sin razón y contemple el Agosto infernal. Invítame a un
té con leche hirviendo. A mi me gusta como te queda, incluso deshilachado. El
jersey, digo.
Agosto se ha transformado. Al igual que nosotros. Todo ha
cambiado. Todo está cambiando y yo te agarro fuerte la mano. Tú, que eres el
resto de nosotros dos. Tú y yo venceremos el letargo congelado. Y si no me invitas
a un té, te invito yo a un café. Siempre y cuando me hagas sitio dentro de
tu jersey de lana arrugado. Agarra tú también mi mano, que eres Tú mi Agosto repleto de helados.
Cristina.