jueves, 24 de noviembre de 2011

Invierno en la playa.

Invierno en la playa, casi congelado, sal en mi cuerpo. Sal en mis heridas. Escuecen sin ti. Sin mi.Suerte que viene la brisa, y me sopla suave justo dónde quema, me susurra en el oído y me eriza el cuerpo. Despeina las emociones, carraspean en mi garganta, gritan agónicas justo antes de inmolarse......PUM.

Se apagaron mis cuerdas vocales, no me preguntes, que no hay palabras. No si son para ti, ni siquiera si son para mi.

Entonces caigo en su presencia, está sentada al otro lado de la playa, mirándome con ese par de ojos colmados de todo. Ella parece feliz, vestida con su chubasquero, capucha y mejillas rojas, este Noviembre en la playa está más guapa que nunca. Quizás sea porque es la primera vez que la veo.
Tan pequeña, me recuerda tanto a mi. Casi diminuta. Y quisiera cogerla de la mano, mecerla mientras le cuento, mientras le advierto, que pronto habremos crecido y se habrá acabado, prohibido utilizar cerezas por pendientes, nada de plastilina de colores. Olvídate de comer hormigas, hacer pasteles de barro y de los mensajes en aviones de papel.
Quisiera cogerla de la mano y mirarla para decirle que la vida hay que afrontarla con expresión inerte y talante de elefante. Prohibido salir corriendo si tienes miedo. Prohibido salir corriendo para abrazarte.

Hemos crecido. Pero yo me siento como una línea continua, un bucle que acaba donde empieza. Arrastro toda mi infancia pegada a la espalda, resquicios de lo que pudo haber sido, pero no fue...
No se que es lo que esperaba, me imagino que un todo incluido en el hotel del paraíso, con luna y estrellas y final feliz, por supuesto.

Ella continúa mirándome, con el todo en sus ojos. Ojala pudiera advertirle, pero se han consumido mis palabras, sílabas rotas y vocales desintegradas.
Me levanto y me sacudo la arena escondida entre las blancas vestiduras, la miro y me alejo. Me voy, y la dejo que ella crezca sola, que adivine sin mi.

Y justo antes de marchar resuenan en mi cerebro de luna..."venga valiente, que ahora te toca a ti, saltar por la ventana..."

viernes, 21 de octubre de 2011

Magia en mi pelo.

Sístoles y diástoles golpean en mi garganta. He comenzado y ya no puedo dejar de buscar magia en mi pelo. La vida ha pasado a ser una película rodada a cámara lenta, con imágenes dignas de cualquier guión francés, saturadas de ocres, amarillos tostados y trompetas cantando “la vie en rose”.
Respecto a mi nada ha cambiado, la luna sigue instalada en mi cerebro y los sugus se siguen amontonando en mis bolsillos. No se trata de mi, si no del aire. ¿donde se fue el aire?
Flotan mis yemas de los dedos en el espacio exterior. Aún no se si estoy en Marte o en alguna estrella lejana. Pero se donde no estoy. No estoy en casa. Por eso no hay magia en mi pelo.
Levitando y cazando colisiones de estrellas, todas viajan y colisionan unas con otras, todas brillan pero ninguna permanece. Brillan y desaparecen. Ninguna se queda. Y yo me siento flotando en CO2. No podría haber tenido una muerte más dulce.

Necesito pisar tierra firme. No puedo soportar seguir volando. Crash...Crujen mis articulaciones, y si abro los ojos, la luz me quema. Carraspean mis cuerdas vocales. Y se rompe mi capsula espacial. El viaje comienza hoy. Basta de flotar.

Comienzan a arrastrarse mis dedos por los poros de mi piel. Sentir.
Comienza a entrar el aire que tanto me faltaba en mis pulmones. Respirar.
Hacen contacto mis ojos con el universo que antes no veía. Conectarse...

Déjame pisar tierra firme. Que mi casa está donde estén mi pies.

jueves, 25 de agosto de 2011

Viaje al extrarradio

Subió las escaleras de ese lúgubre antro situado en ninguna parte, ascendía las escaleras como quien levitaba ascendiendo de los mismísimos infiernos, el Sol vertía arrogante sus rayos sobre su piel casi traslúcida, y aquella luz clara pegada en sus ojos entreabiertos, a las 10:12h de la mañana, con el cuerpo destilando a alcohol etílico, sólo podía sentar como un latigazo. Ella ascendía de entre las tinieblas y se sentía como si la luz la dejase expuesta.

Y de lo que empezó como una cerveza y un par de tapas grasientas en la terraza del Joytons, con el paso del tiempo se había ido distorsionando y el último recuerdo que me acercaba a la realidad de esa mañana del 2 de Noviembre era la tapa de un wc, drogas de diseño en los bolsillos como si de caramelos se tratase, sexo no plastificado y sin fronteras, altavoces negros gritándome (nunca se me ocurriría abrir una de aquellas monstruosas cajas negras, me imaginaba la ira de los cuatro jinetes del apocalípsis pudiendo salir de allí despedida contra todas aquellas larvas que allí nos contoneabamos). Lo que empezó con una promesa se había ido distorsionando y ahora sólo quedaban retales de lo que pudo haber sido, pero no fue.

Y allí estaba ella, ahi estaba yo, como si mil dedos la señalasen. Misiles apuntaban contra mi cogote.
Pero no tenía miedo, nada podría asustarla. No llegado a este punto.
Comenzó a serpentear las calles, mataría por un café bien cargado de cafeína (y por un manantial de agua que pudiera calmar su sed, si es que eso era posible) y... por algo que echarse a la boca, no porque tuviera hambre, si no porque tenía la boca tan pastosa que no podía casi ni abrirla sin que tuviese la sensación de que vomitaría por los cuatro costados. Lo que sea que había tomado esta noche no la dejaba comer, estaba escuálida, sus pequitas posadas sobre su piel blanca y su pelo pelirrojo bañando sus hombros antes ensimismaban a cualquiera, y esos andares que aún conservaba eran casi sacados de un cuento, atravesaba las calles como amazona trás su presa, sensual y decidida.
Y ahora parecía casi transparente, tísica y clavada a Mary-Kate Olsen pero con un estilo más grunge (o a la otra, la gemela, que más da) Y a pesar de su cuerpo de alfiler y esa carita ausente de mejillas seguía siendo tremendamente guapa.

No recordaba en que momento tomó la decisión de saltar de un continente a otro, recordaba el cómo, el dónde y el por qué lo llevaba grabado a fuego; pero había olvidado el cuando. Recuerdo que hacía meses que lo decía, lo insinuaba, y un día compró un billete de avión al extrarradio, y con todas sus ilusiones puestas en aquella inversión se despidió. Y entre abrazos de esos que parecen que llevan superglue en la piel y lágrimas, se escuchaba un estruendo de fondo, era su corazón que se rompía trás tantas emociones. Y las piezas inundaban el suelo en mil pedazos, imposible recomponer tanta micropieza roja, imposible que se llevara su corazón en el avión. Asi que lo dejó allí, roto y cerca de sus pequeños, bañado en lágrimas de cocodrilo.

Por eso a ella decía que no le podría pasar nada lo suficientemente importante, decía que dejar a sus hijos era el dolor más grande que cualquier mujer podía soportar. Y Por eso ella no tenía miedo.

Por eso y porque ya no tenía el corazón consigo.

viernes, 22 de abril de 2011

Mujer de barras.

Las piernas de terciopelo crudo se retorcían sobre sí mismas desde el taburete pegado con velcro a la barra del bar. Los dedos finos como alfileres se enredaban tejiéndose en un ovillo con la copa...
Me lanza esa mirada felina mientras relame los restos etílicos de sus labios, mientras se bebe su sed. Me la imagino siempre ahí. Sábado tras sábado, dejando rodar la noche sobre su piel.
 Por primera vez estrechan la mano las miradas, ambos callamos y hablan entre sí nuestros instintos.

Nadie juega con las barras de los bares como ella. Se sirve un buen gintonic con limón, saborea el whisky de su garganta, apura el vodka de su copa y pide otro tequila. Sin duda siempre fue de bebidas blancas. Mujer de barra.

La música se hace parte de ella. La sacude de un extremo a otro, siempre con su copa en la mano. Mi imaginación atraviesa luces azules, rojas y amarillas y se posa en sus costuras. Pero había algo más, no se trataba solo de costuras y retales.

Ella era decidida, tomaba las decisiones y no las soltaba. Era capaz de perder mañanas enteras encontrándose. Se desenamoraba sin llegar a sentir amor. Y se veía reflejada cada domingo por la mañana en unos ojos distintos. Ojos verdes, amarillos casi negros, y de un profundo azul pardo. Y de color en color aprendía sobre culturas, sobre personas humanas y a veces, sobre otras no tan humanas. Aprendía sobre sexo, e incluso conocía algo de francés de boina negra y de vinos italianos caros.
Trabajaba lo justo, vivía cada minuto. Saboreaba las tardes de café y libro a solas, bebía de los despertadores ajenos, y se dejaba sacar a bailar. Siempre estrenando zapatos nuevos.

Enmarcaba los consejos y los colgaba en la sala de estar. Coleccionaba experiencias como cromos. Lucía los errores como si de cristales de Swarovski se tratase. Así era ella, así la describían mis ojos:

De suave terciopelo y tacones rojos, esta vez reflejada en los mios, verdes sin más.